sábado, 19 de julio de 2008

Tres Cruces

Trabajo en una librería a la que acuden personajes extraños. No me refiero sólo a los clientes, sino también a mis compañeros. Algunos de ellos ya no están o no están lejos de irse. Abraham, por ejemplo, es el cuate más cagado que conozca. Muchas anécdotas chuscas lo tienen como su protagonista. Cuando lo acompañaba su primo de diez años, planeabamos bromas para molestarlo porque el mocoso era insoportable. Se la pasaba preguntado cosas, abría la puerta del baño cuando había alguien adentro, me puso polvo picapica en el antebrazo, y un largo etcétera. Hasta que Abraham se encabronaba y le decía "Ya párale, pinche cabrón, que si no te voy a dar tus putazos". Y como el mocoso no dejaba de chingar, Abraham lo perseguía y le daba unos buenos puñetazos en el brazo. Pero así como nos molestaba su primo, así lo molestábamos a él. Abraham sacaba los juguetes de su mochila y los escondía. A un Batman le cortó las orejas. A un soldado G.I. Joe le raspó la cara. Le hicimos tubo a su primo con una escoba. Lo cargamos y lo aventamos a la calle. Pusimos su gorra en medio de la calle para que los autos le pasaran encima . La arrastraron como cien metros y la aplastaron mínimo unos 15 autos, sin contar el RTP que frenó justo sobre ella ni la señora que, al bajar del pesero, la pisó. Nosotros nos cagábamos de la risa, mientras el niño veía a la calle y nos decía: "¿Qué? ¿De qué se ríen?", lo cual hacía que nos cagáramos todavía más de la risa. Abraham es uno de los que ya no están.

Otro de mis compañeros es Emmanuel. Él se va hoy. Entrará a estudiar letras hispánicas a la facultad. Emmanuel nunca barría ni acomodaba sus libros. Los tenía tirados en el piso desde hace tres meses. Emmanuel me asustó varias veces. Salía por detrás de una mesa o llegaba por detrás de mí y me espantaba. Yo me molestaba y lo empezaba a perseguir por la calle, incluso entre los autos. Una vez, encontré una novela sobre los pedos mientras limpiaba una mesa y se la mostré. Me la quitó y lo perseguí por la calle. Luego luchamos por la novela como dos pugilistas grecorromanos. Al final, terminé ganando.

Mi tercer compañero es Aldo. Con él me quedo hasta la hora en que cerramos. Aldo es más tranquilo así que de él no hay tantas anécdotas. Elías es otro de mis compañeros. Se la pasa trabajando, barriendo, limpiando baños, trapeando, sacudiendo, acomodando, etcétera. A Elías lo sisco y una que otra vez lo encierro en el baño. Nada más. Los sábados va Jimena, una chava que siempre lleva a sus amigas y se la pasa fumando y platicando con ellas. Un sábado, estábamos todos reunidos y el dueño se fue con su familia quíen sabe a dónde, así que nos tocaba cerrar. Rápidamente juntamos la vaca y fuimos por dos caguamas. Nos la pasamos chupando mientras jugábamos poker o conquién. Esta es la librería en que trabajo. Un lugar de personajes extraños. Definitivamente voy a extrañarlos cuando me vaya.