En ese momento, nos encontramos a Esaú. No recuerdo si es él con quien mi madre ha estado hablando desde el principio. Esaú está hincado, en cunclillas, con el torso desnudo y muy sudado. Tengo la idea de que viene de practicar alguna obra de teatro.

Él alcanza a escuchar que nunca he estado en teatro. Siento una inmensa vergüenza por eso. Me inclino hacia él y lo abrazo, siento su torso y pongo como excusa: "Lo siento, pero es que nunca me ha gustado el teatro. Nunca le he entendido". Dejo de abrazarlo y me incorporo de nuevo. Veo pasar no tan lejos un caballo blanco.
Esaú se levanta y yo siento deseos de tocarlo. Toco su espalda sudorosa con mi mano. Luego vamos a buscar a mi madre, quien ha desaparecido. La encontramos y le digo que tengo que hacer unos pagos en la facultad. Esaú se sube al auto, un Tsuru blanco que teníamos. Estoy muy contento por ello. Esaú se recuesta y se duerme, pues está muy cansado.
Mi madre maneja y mete el auto por los pasillos de la facultad. Me da mucha pena que haga eso. Le digo que se dé la vuelta y se salga. Un trovador callejero se sube al auto y quiere cantar unas canciones por monedas. Mi madre da la vuelta a la facultad y se estaciona junto a un jardín de lirios. Me bajo y me apresuro a realizar mi pago. Cuando regreso, Esaú sigue dormido, pero su cabello ha crecido y se ha vuelto largo, largo, hasta llegarle a la mitad de la espalda. Entonces es cuando despierto.

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