jueves, 23 de octubre de 2008

El sueño de Esaú

No recuerdo de dónde vengo, pero mi madre habla con alguien. Venimos caminando. Le cuenta todas las actividades extracurriculares que he hecho, le dice que he estado en multitud de talleres de pintura, poesía, etc., pero termina diciendo que en lo único en lo que no he estado es en teatro.

En ese momento, nos encontramos a Esaú. No recuerdo si es él con quien mi madre ha estado hablando desde el principio. Esaú está hincado, en cunclillas, con el torso desnudo y muy sudado. Tengo la idea de que viene de practicar alguna obra de teatro.


Él alcanza a escuchar que nunca he estado en teatro. Siento una inmensa vergüenza por eso. Me inclino hacia él y lo abrazo, siento su torso y pongo como excusa: "Lo siento, pero es que nunca me ha gustado el teatro. Nunca le he entendido". Dejo de abrazarlo y me incorporo de nuevo. Veo pasar no tan lejos un caballo blanco.

Esaú se levanta y yo siento deseos de tocarlo. Toco su espalda sudorosa con mi mano. Luego vamos a buscar a mi madre, quien ha desaparecido. La encontramos y le digo que tengo que hacer unos pagos en la facultad. Esaú se sube al auto, un Tsuru blanco que teníamos. Estoy muy contento por ello. Esaú se recuesta y se duerme, pues está muy cansado.

Mi madre maneja y mete el auto por los pasillos de la facultad. Me da mucha pena que haga eso. Le digo que se dé la vuelta y se salga. Un trovador callejero se sube al auto y quiere cantar unas canciones por monedas. Mi madre da la vuelta a la facultad y se estaciona junto a un jardín de lirios. Me bajo y me apresuro a realizar mi pago. Cuando regreso, Esaú sigue dormido, pero su cabello ha crecido y se ha vuelto largo, largo, hasta llegarle a la mitad de la espalda. Entonces es cuando despierto.

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