domingo, 5 de octubre de 2008

Sueños del 68

Estoy esperando afuera del CELE a que salga mi novio. Espero también a dos chicas con las que me quedé de ver para ir a una fiesta en casa de mi amiga Guadalupe. Una de ellas es linda y regordeta y se llama Ana. De la otra no sé ni su nombre. Mi novio me dice que tiene que irse, pero que nos vemos más tarde. Lo veo partir y empiezo a caminar con las chicas.

Apenas hemos caminado una cuadra y llegamos a Iztapalapa. Estamos cerca de la UAM-I. Avanzamos por una avenida larga, separada por un camellón con reja. Del otro lado veo pasar a mi novio en bicicleta. Continúo avanzando con las chicas, cuando de pronto vemos que se acerca una marcha. Los tres sabemos que se trata de la marcha en conmemoración de los cuarenta años del movimiento del 68.

Nos damos la vuelta y emprendemos la retirada. Estoy asustado. Los manifestantes se acercan rápidamente y antes de que podamos virar en la siguiente esquina, ya estamos en medio de la turba. Los manifestantes avientan bombas molotov dentro de los comercios, saquean las tiendas. Uno de ellos, que me parece "el líder", se prepara para lanzar una bomba contra una miscelánea y dice despectivamente: "Esto no es bandalismo. Nosotros no le faltamos el respeto a la gente. Nuestras acciones simplemente son una protesta en contra de la injusticia del Gobierno". El líder arroja la bomba e incendía la tienda. Yo pienso: "¡Pero qué pendejo! ¡Claro que le están faltando el respeto a la gente! ¿Cómo puede protestar en contra de la injusticia del Gobierno, cuando él mismo está cometiendo una injusticia en contra de los dueños de esa tienda?". Pienso en la gente que se quema dentro de la tienda....

Sigo corriendo con las chicas hasta que damos vuelta en la esquina. Otras personas intentan escapar también de la multitud. Caminamos unas cuantas cuadras más y llegamos para mi sorpresa al metro Cuatro Caminos. Una de las chicas me recuerda que la fiesta de Guadalupe no es en su casa, sino en casa de otra muchacha. Tomamos el metro. Me siento más seguro ahí y es entonces cuando me despierto.



Este sueño me deja reflexionando: ¿Cómo puede ser que en la lucha contra la violencia y la impunidad del Gobierno se justifique el uso de esa misma violencia y el cometimiento de actos impunes, los cuales supuestamente uno mismo critica? ¿No todo movimiento que recurre a la violencia como un medio para oponerse a la opresión del Estado está traicionando ya por eso su propio espíritu?

No quiero ser malinterpretado. No quiero ser reprochado de ser un burgués quietista o contemplativo. Yo no estoy diciendo que frente a la opresión del Gobierno tengamos que quedarnos quietos ni tampoco que permanezcamos en una actitud de observadores. ¡Obviamente no podemos permanecer en una actitud de observadores! Solamente estoy señalando algo que siempre me ha parecido una especie de inconsistencia en la mayoría de los movimientos de activismo político.

El problema se recrudece cuando el Gobierno ataca directamente por medio del uso de la fuerza militar ya no sólo a los grupos opositores, sino a todos los ciudadanos en su conjunto. En este caso, nuestra intuición básica es que no levantarnos enérgicamente en contra de dicho Gobierno es moral, política y socialmente reprochable. Nos sentimos constreñidos a hacer algo, pues de lo contrario sentiríamos (o por lo menos es lo que yo sentiría) que hemos traicionado la confianza que los demás han puesto en nosotros. Pero al reflexionar y encontrar que, por consistencia práctica, no podemos usar los mismos medios violentos que criticamos, quedamos aturdidos y no sabemos que más hacer (o por lo menos yo no lo sé).



La alternativa más "satisfactoria" que hasta el momento he encontrado es sostener que, idealmente, los movimientos de resistencia política y social deberían intentar ser completamente pacíficos, de manera muy similar al movimiento de resitencia civil de Mahatma Gandhi. No sé si eso sería suficiente. Sin embargo, creo que una ventaja de esta postura es justamente que evita tanto el fanatismo revolucionario como la apatía. El fanático revolucionario trata su propia postura de manera dogmática, sin cuestionar nunca ni sus motivos ni sus consecuencias. Carece, pues, en mi opinión, de visión autocrítica. El apático nunca cuestiona su papel social. Relega toda responsabilidad y compromiso con los otros a alguien más. Es, como diría Jean-Paul Sartre, un cobarde. Yo no quiero ser ni un ciego fanático ni un cobarde.

Por eso creo que el primer paso es reconocer que los problemas políticos y sociales son complejos por sí mismos, que no existen los cuentos de hadas en política y que el mejor recurso que tenemos a la mano para solucionarlos es la reflexión crítica pero, sobre todo, autocrítica. Esa, despues de todo, me parece que es la única esperanza que nos queda: la esperanza de que por medio de nuestras acciones todavía podemos hacer algo, que todavía podemos cambias las cosas. Sólo espero que esta esperanza no quede también como un simple sueño.


1 comentario:

Tino dijo...

y tuve un suegno muy muy parecido al vuestro...