martes, 2 de diciembre de 2008

Music

Fue realmente mucha suerte el que haya podido asistir al concierto de Madonna este fin de semana pasado. Podría decir que empeñé mi alma a mi hermana por el resto del próximo año, pues no eran boletos baratos. Ahora tendré que vender un riñon o involucrarme en el narco para pagar mi entrada. Sin embargo, creo que valió la pena. Este concierto ha sido uno de los mejores espectáculos a los que he ido. El despliege de tecnología fue impresionante: pantallas, rayos láser, hologramas, limosinas en el escenario, hasta un pequeño ring de boxeo. Sin contar con las coreografías, los besos lésbicos y las señas ofensivas de Madonna, (¡Nos dijo: "Motherfuckers"!) etc.

Confieso que estaba muy emocionado por ir. Hasta mi santa madre lo notó cuando le decía cada medía hora que mi hermana no había llegado. La razón de mi emoción no estaba tanto en que Madonna sea una gran cantante. Todo mundo sabe que su talento para la música es moderado. En mi opinión, su grandeza se encuentra en su carisma y en su carácter, en su habilidad para transmitir su energía, en el ícono feminista que representa. Porque antes de Madonna no había muchas mujeres en la música pop que dijeran: "Esta es mi sexualidad" o "Este es mi cuerpo". Así que mi emoción por ir al concierto no era tanto por ver a la Madonna de hoy, sino a la Madonna que fue. No pude dejar de cantar a todo pulmón canciones como "Into the groove" o "Like a prayer".

Por momentos, me olvidé completamente de que había gente observándome y fue como si estuviera en mi cuarto cantando. Me olvidé de que estaba entre puro fresa y maricón jotero, entre puro ejecutivo de Telerisa, entre personalidades de la farándula tan "grandes" como Enrique Burak o Adela Micha (al primero de los cuales lo presencié con mis propios ojos, mientras que la segunda se sentó atrás de mi hermana). En fin, no pude sino comprobar la verdad del estribillo de "Music": Music makes the people come together. Music mix the bourgeoisie and the rebel.

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